Memorias del Olvido

Memorias del Olvido

6 mayo, 2022 0 Por Staff Redaccion

*** Poncho, cuando su memoria desafinó, dejó de tocar para siempre

* Alejandra Sánchez Inzunza
Directora General
     

Me llamo Alejandra por el vals del mismo nombre.

Mi abuelo Poncho solía tocarlo en el piano cuando regresaba temprano de trabajar —y no iba a la cantina—, o los domingos mientras esperaba a mi abuela para ir al supermercado.

En mi cumpleaños me despertaba con las mañanitas y después interpretaba esa melodía sin letra que él remataba con su voz de tenor: “Te quiero Alejandra, con todo mi amor”.

Caí en cuenta de que había perdido su memoria y nunca más regresaría un día que lo escuché tocar en bucle las estrofas de ese vals.

Lo hacía con cariño, concentrado, pero sus dedos chatos llenos de pecas presionaban una y otra vez las teclas equivocadas. Alejandra se había convertido en la música del olvido.

A sus 78 años, mi abuelo Poncho comenzó a confundir nombres, personas, hechos, no recordaba cómo volver a casa y preguntaba por su hija muerta. Su madre había sido diagnosticada con Alzheimer unos 20 años atrás, pero cuando lo llevamos a dos geriatras, ambos coincidieron en otro diagnóstico: demencia senil.
El término se ha utilizado durante décadas cuando no se sabe bien qué tiene el paciente.

Antes por falta de información, hoy porque es la explicación más fácil a un padecimiento complejo del que aún no se sabe mucho.

Al menos 80 enfermedades podrían causar algún tipo de demencia, lo que es un hecho es que la senil no existe.

Esto, mezclado con un alcoholismo de toda una vida y una necedad bien masculina y norteña, por la que nunca reconocía el valor de los médicos, hizo que Poncho muriera sin que supiéramos demasiado sobre su enfermedad. Tampoco nadie preguntó.

A veces, el olvido se combate con más olvido.

“Recordar es lo que nos hace humanos”

En aquel entonces, hace unos ocho años, fui a ver al doctor José Luna, que trabajaba en el único Banco de Cerebros en México, en el Instituto Politécnico Nacional (IPN).

Era una laboratorio gigante, donde albergaba cientos de órganos con Alzheimer, demencias, esclerosis,

enfermedades por priones y otros males cerebrales.

También, tenía una computadora gigante donde reproducía las conexiones de 16 mil millones de neuronas.

Luna, actualmente director del BioBanco Nacional de Demencia de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), donde estudia el efecto de la proteína TAU —que proporcionan estructura dentro de las neuronas—, no sólo en el cerebro, sino también en órganos como el intestino, riñón y páncreas, me recomendó llevar a mi abuelo a Neurología para que lo diagnosticaran correctamente.

Pero al ver el cartel del Laboratorio de Demencias, Poncho salió corriendo y dijo que no estaba loco.



El doctor José Luna. Foto: Felipe Luna.

Lucha por recuperarse

Las demencias, según el doctor Luna, son desconexiones que hacen perder a las personas la capacidad de interacción social e independencia: “Queda un cuerpo sin esencia y sin expresión que lucha por recuperarse.

De vez en cuando tiene un destello de comunicación neuronal en el que llega a formarse un pequeño recuerdo. En ese momento, el individuo se da cuenta de su propia ausencia de ser”.

Le ocurría a Poncho

Cuando esto le ocurría a Poncho, él solía decir: “No sé por qué no me acuerdo, te juro que llevo días sin tomar”.

Recuerdo ver los cerebros encogidos de personas con Alzheimer e imaginarme al de mi abuelo del tamaño de una manzana podrida.

Pensaba que dentro de su cabeza, ese órgano cada vez más inútil intentaba rascar algún destello dentro del hipotálamo para tocar el piano como antes.
Si la memoria es la capacidad del cerebro para retener la información y recuperarla, recordar es lo que nos hace humanos.

La memoria determina lo que sabemos, cómo nos relacionamos, las decisiones que tomamos. Nos hace independientes y únicos. No tenerla, según el doctor Luna, es lo mismo que no tener alma.

Es histórica y colectiva

Cuento todo esto porque la memoria no solo es individual, es histórica y colectiva.

América Latina también tiene un pasado traumático que tal vez nos gustaría olvidar.

Por eso este mes en Dromomanía hablaremos de cómo recordamos, para qué sirve y del derecho a olvidar.

Tendremos el testimonio de Rebecca Sharrock, una de las 60 personas en el mundo que recuerdan todo lo que han vivido (hipertimesia); una entrevista con la investigadora Kate Doyle, quien ha escarbado la verdad oculta sobre la violencia de Latinoamérica en miles de documentos; un recorrido por la memoria sonora de México (con la ayuda de la Fonoteca Nacional), y una reflexión con datos sobre el derecho a olvidar nuestra vida real y virtual.

Oído implacable

La música siempre ha sido un atajo para la memoria.

No por nada nos enseñaron a memorizar capitales cantando o no podemos sacarnos de la cabeza a los famosos earworms —melodías extremadamente pegajosas—, durante días.

Poncho tenía un oído implacable. Aunque fue contador y nunca se dedicó profesionalmente a tocar, estuvo varios años en el conservatorio y tuvo varios trabajos musicales: monaguillo de iglesia, pianista del restaurante SEP’s de Insurgentes y de un grupo nocturno.

Se negaba a tocar cada vez que el piano estaba desafinado.

Cuando fue su memoria la que se desafinó, dejó de tocar para siempre. Decía que ya no sonaba bien. La negación es el principio del olvido.

Siempre tocaba de memoria

En su último cumpleaños le mandé al afinador y le compré unas partituras para que se volviera a sentar al piano.

En realidad, él nunca las leía, siempre tocaba de memoria. Quizás también esperaba un regalo para mí: que mi abuelo tuviera un último destello y volviera a ser él mientras yo escuchaba el vals de Alejandra.

Miró las partituras sin emoción alguna y mi abuela las guardó en un cajón del que nunca más salieron.


En el Banco de Cerebros. Foto: Felipe Luna.



* Tomado de: DromoManía / Drmómanos / Una obsesión cada mes / Mayo 2022 · #3.

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